¿Te imaginas que eres un médico vocacional que trabaja desde hace años con todos los títulos y permisos necesarios y, de repente, un día te dicen que ya no estás cualificado para tu trabajo porque ha cambiado una normativa? Y no hay nada que puedas hacer.
¿Te imaginas que eres una camionero que acaba de invertir todo lo que tiene en un nuevo camión con todas las prestaciones y cumpliendo estrictamente la normativa y, de repente, un día te dicen que tu camión ya no sirve porque ha cambiado una normativa? Y no hay nada que puedas hacer.
¿Te imaginas que eres un trabajador que gana un sueldo justito y, de repente, un día te dicen que por tu seguridad tienes que trabajar con un compañero que no necesitas, que haréis el mismo trabajo y os repartiréis el mismo sueldo? Y no hay nada que puedas hacer.

Una combinación de las tres situaciones es la que afecta a Miquel y a muchos pescadores como él. Por culpa de una burocracia ciega y una indiferencia funcionarial se ve empujado a la ruina económica y al drama personal.
Miquel es pescador desde siempre. Su padre fue pescador. Su abuelo lo fue, y su bisabuelo también. La familia Roig es una familia de pescadores artesanales del Alt Empordà hasta donde la memoria llega.

Cuando el padre de Miquel se jubiló, Miquel desballestó la barca de su padre – que solamente tenía 25 años, pocos para una barca de pesca – e hizo una barca nueva, invirtiendo todo lo que tenía, para poder llevarla él solo. Es una barca relativamente pequeña, apta para un solo pescador y equipada con todos los avances tecnológicos y constructivos, pensada para poder navegar por las peligrosas aguas del litoral gallego. Pero la barca nunca se ha enfrentado con un temporal gallego. La barca faena por el golfo de Roses, al abrigo de los vientos y de la mala mar, a menos de una milla náutica de la costa (una milla son menos de dos kilómetros). El padre de Miquel, ya jubilado y pescador desde los 14, no recuerda ningún accidente remarcable en el golfo de Roses protagonizado por pescadores, a pesar de las precarias embarcaciones de aquella época. Pero la barca de Miquel no es precaria. Es una barca moderna, equipada con la última tecnología, que se construyó según todas las normativas vigentes y que ha ido añadiendo todas las cosas nuevas – y, a veces, bastante absurdas – que se le han ido pidiendo. Entre ellas, un botiquín con un montón de medicamentos, antibióticos incluidos. (¿En qué situación un pescador a menos de dos kilómetros de la costa, que llega en media hora, puede necesitar administrarse urgentemente y por decisión propia un antibiótico? Parece que piden lo mismo a un pescador que bordea la playa que a uno que se va a Terranova). Y Miquel, con todos los aparatos y utensilios “imprescindibles para su seguridad) y un montón de papeles en regla, se va a pescar mientras las embarcaciones de los turistas y los windsurfistas se pasean (sin antibióticos, ni jeringuillas, ni campanas, ni balsas, ni GPS, ni acompañante!!!) mucho más mar adentro que él. Si Miquel inscribiera esta embarcación como embarcación de recreo, podría ir a 60 millas de la costa tranquilamente. Es de sentido común pensar que un pescador tiene muchos más recursos y experiencia que una persona que lo hace como hobby con un título relativamente fácil de obtener, o sin ningún título.
Pues bien, con todos los medicamentos caducados renovados, todos los papeles en regla y todo a punto, Miquel se va a renovar la documentación para poder seguir pescando otro año. Para su sorpresa le dicen que no puede ir a pescar con su barca de 8,07 metros de eslora (y solo 6,8 metros de eslora p.p., que determina la superficie sumergida y, por lo tanto, la maniobrabilidad) porque han cambiado la normativa y ahora se necesitan dos marineros “por seguridad”. Esto se aplica primero a barcas de más de 8 metros de “eslora L” – ¡y Miquel se plantea cortar 7 cm. de la suya!

El resultado habría sido, como se ve en la imagen, una barca menos estética y no por eso más segura, pero cumpliendo entonces fielmente la normativa. Absurdo.
Después no, después resulta que en Gerona son 7,5 metros de “eslora L”. Medio metro ya no lo puede cortar, por supuesto. La normativa no es clara respecto a cómo se calcula esta misteriosa “eslora L”. Miquel investiga en todos los documentos oficiales, se entrevista con todas las autoridades competentes, hace instancias con carácter urgente... Pero la respuesta es la indiferencia y le llegan a decir que, aunque los documentos oficiales dicen que para barcas de menos de 15 metros “se podría” considerar la “eslora L” como el 80% de la eslora total (en su caso, 6,456 metros), no les da la gana.
Imaginad la desesperación de Miquel cuando solo oye frases como “esto viene de arriba”, “ya tienes razón, pero es la normativa y te ha pillado”, “no hay nada que hacer”, “despacha para dos marineros y después...”. Después ¿qué? Después ¿ve tú solo y arriésgate a una multa? No puede despachar dos marineros porque el esfuerzo pesquero que soporta una barca de estas dimensiones no da para mantener a dos personas. Lo están empujando a actuar ilegalmente, pero él no quiere. Ninguno de los afectados por esta normativa está actualmente cumpliendo la ley y si salen a pescar lo hacen en rebeldía, o sin el segundo marinero que han despachado a instancias de las autoridades.
¿Podría deshacerse de la barca y construir una nueva más pequeña? Y quien le asegura que dentro de dos años no dirán que TODAS las barcas deben llevar dos tripulantes? La situación es desesperada. Ya hace un mes que no puede trabajar: la hipoteca, los gastos de la casa, todo se acumula. Y la situación no parece tener salida. Todos los pequeños pescadores de la zona están en la misma situación: o quedarse sin trabajo o arriesgarse a una multa que los llevaría a la ruina por trabajar de forma irregular. Y la situación todavía es más grave cuando nos encontramos en medio de una crisis económica: encontrar ahora un trabajo alternativo, sin experiencia laboral previa fuera del mundo del mar, con 40 años y con miles de personas incrementando a diario las listas del paro es una misión muy difícil.
En la familia Roig es seguro que Miquel representa la última generación de pescadores. Y también es seguro que Miquel es uno de los últimos pescadores de las llamadas artes menores. La pesca tradicional tiene los días contados: desde que las grandes flotas pesqueras han conquistado el Mediterráneo, ya no se encuentra mucha pesca y por eso los beneficios son pequeños. Ahogar a los pequeños pescadores tradicionales no es la solución para el agotamiento de los recursos marinos, más bien al contrario. Pero si deben morir, al menos dejémoslos morir con dignidad y acabar su vida profesional sin más arbitrariedades. No permitamos que la indiferencia de unos funcionarios y la aplicación de normativas absurdas dejen en la ruina a todas estas familias.
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